Consciente del proyecto iniciado de una nueva República, James
Madison había declarado: “Al crear un sistema que deseamos logre perdurar por
mucho tiempo, no debemos perder de vista los cambios que las distintas épocas
traerán consigo”. Por su participación trascendente en la Convención
Constitucional, Madison, que posteriormente sería el cuarto presidente, se lo
conoce como “El Padre de la Constitución”. Y Benjamín Franklin, quien
representó al estado de Pennsylvania en dicha convención, fue uno de los
principales propulsores de un gran compromiso por el cual se estableció un
congreso dividido en dos cámaras, y que ha sido base fundamental de su
estabilidad estatal.
Los forjadores de la nación americana tomaron
la evolución de las instituciones inglesas en el punto en el cual ellas habían
llegado, la monarquía constitucional, adaptándola a su realidad, así el
principio de estricta separación de los
órganos del poder, ordenado en el Art. 1, párrafo 6: Ningún senador o
representante podrá mientras dure el término para el que fue elegido, ser
nombrado para ningún empleo civil, dependiente de la autoridad de los Estados
Unidos. Los norteamericanos concibieron el presidente de la república, que
ocupaba el lugar del monarca inglés, como un funcionario electo, sometido no al
parlamento, sino a la ley. Ese es su gran aporte al derecho constitucional.
Concordando con el autor Álvaro Echeverri,
señalaremos que la Constitución americana contenía además las siguientes
características que influyeron en los sistemas políticos de otros países,
particularmente latinoamericanos: a) Soberanía e igualdad de los Estados
integrantes de la federación, mediante su representación en una segunda cámara;
b) Una autoridad jurisdiccional encargada de dirimir los conflictos entre el
poder federal y los Estados, o los que surjan entre ellos; c) Forma rígida de
la tridivisión del poder, dando origen al gobierno presidencial; d) Los
trámites y formalidades para la reforma de la Constitución (artículo 5).
La revolución de independencia norteamericana
fue una revolución burguesa con una gran presencia del elemento democrático.
Este elemento democrático era la expresión de los farmers pobres, artesanos, desposeídos, maestros, pequeños
comerciantes, en contra de una poderosa burguesía comercial (afectada por el proteccionismo
y las medidas tributarias de la metrópoli) y de los plantadores esclavistas del
sur, que conformaban un frente conservador que solamente buscaba la
independencia política de la Corona inglesa.
Muy bien acota el escritor hindú Fareed Zakaria,
que si el caso inglés era excepcional, el estadounidense aún lo era más. “Era
como Inglaterra pero sin feudalismo”. América poseía sus propias dinastías
ricas y terratenientes, pero éstas no ostentaban ningún título nobiliario, no
tenían derechos hereditarios ni estaban dotadas de un poder político comparable
al de los miembros de la Cámara de los Lores, más bien era un mundo de clase
media. Y se refiere al historiador Gordon Wood, para quien la revolución
estadounidense abiertamente burguesa, produjo “una explosión de poder
emprendedor”, que agrandó la brecha existente entre América y Europa,
produciendo en la intelectualidad europea una animadversión hacia este pueblo “cuyo
único afán era el trabajo”.[1]
Los estadounidenses libres de una herencia de
monarquía y de aristocracia, no necesitaron ni un robusto Gobierno central ni
una revolución social violenta para destruir el antiguo régimen. Alexis de
Tocqueville luego de su llegada a los Estados Unidos en 1831, escribió:
“Confieso que en América he visto más que a América en sí; he buscado allí una
imagen de la esencia de la democracia, sus inclinaciones, su personalidad, sus
prejuicios, sus pasiones; mi deseo ha sido conocerla, si acaso para comprender
al menos que debemos temer de ella”. Y en un conocido pasaje, anotó que “la
gran ventaja de los estadounidenses consiste en que han llegado a alcanzar un
Estado democrático sin haber tenido que sufrir una revolución democrática…Todos
nacen iguales sin tener que luchar por serlo”.[2] Lo consideraba “un modelo de estabilidad y moderación liberal, un
bastión moderado contra los excesos de la nueva era democrática”.
La gran paradoja de los padres fundadores
americanos, en especial de Jefferson, fue que los conceptos de igualdad y
libertad no los concibieron que fueran utilizados por todo el mundo, caso
contrario no hubiesen mantenido como necesario el trabajo esclavista, necesario
para su engrandecimiento económico como la nueva potencia mundial.
[1] Heinrich Heine escribió “Algunas veces pienso/zarpar para América/esa
pajarera de la libertad/ habitada por brutos que viven en igualdad”. Y
Nietzsche consideraba que los Estados Unidos buscaban la reducción de todo a un
calculado esfuerzo por dominar y enriquecerse: “La prisa jadeante con que ellos
(los americanos) el trabajo- el vicio
distintivo del nuevo mundo- comienza ya a infectar ferozmente a la vieja Europa
y a esparcir su vacío espiritual sobre el continente.” Vid: James W. Ceaser, Una
genealogía del antiamericanismo. http:neoliberalismo.com/genealogía.htm
[2] Citado por Fareed Zakaria en “El
futuro de la libertad”, edición española de Santillana ediciones,
México, 2004, p. 52.
No hay comentarios:
Publicar un comentario