lunes, 4 de abril de 2016

ORIGEN DEL ESTADO


Respecto al origen del Estado y de la sociedad política, el filósofo griego Aristóteles (384-322 a.n.e.) expresaba que todo Estado es evidentemente una asociación  y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien, y que el más importante de todos los bienes debe ser objeto de la más importante de las asociaciones de aquella que encierra todas las demás, y a la cual se llama precisamente  Estado y asociación política. Es clásica la afirmación de Aristóteles en el libro primero de su obra magna “Política” (politiká nombre plural neutro griego) donde “es evidente que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre”.[1] Frente a los demás animales sólo el ser humano posee el sentido del bien y del mal, de lo justo e injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad. Así pues, es evidente que la ciudad es por naturaleza anterior al individuo, porque el todo es mayor a la parte, y “el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios”.[2] Asimismo, el ser humano es por naturaleza un animal político, un  peculiar ser intermedio entre los dioses y las bestias; aquéllos no necesitan ningún tipo de estado; éstas son incapaces de vivir en sociedad; solamente el ser humano necesita de la sociedad racional, del Estado para ser feliz. Para nosotros los modernos, el Estado es lo que el gran pensador estagirita definió para la (polis) ciudad.[3] De esta definición política clásica, tenemos tres caracteres esenciales de la sociedad humana: 1. el ser humano es eminentemente sociable, 2. el ser humano es un sujeto de necesidades, 3. el ser humano solamente puede satisfacer sus necesidades en sociedad.     Al igual que los demás seres de la naturaleza, el humano busca agruparse para protegerse, trascender y perpetuarse. Es parte de la esencia de la humanidad depender unos de otros.

Ello ocurre dentro de un proceso histórico. En sus inicios, el ser humano aparece como un ser genérico, un miembro de la tribu, un ser gregario, aunque de ningún modo en calidad de zoon politikon en el sentido político de la expresión.

Complementando este criterio, el físico y humanista de origen alemán Albert Einstein señala la ineludible condición social del ser humano: “el hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica, determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad…El concepto abstracto de ‘sociedad’ significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad”.[4]

Para precautelar esa vida en sociedad otorgando protección, amparo y también límite, está el Derecho, convertido en principio de la convivencia social y norma obligatoria de conducta. Y la mejor garantía del imperio del Derecho es la existencia de una Constitución, sea escrita o consuetudinaria.


[1] Aristóteles, “Política”, Planeta De Agostini, Madrid-España. Traducción y notas: Manuela García Valdés, 1999, p. 16.
[2] Ibíd., p. 18.
[3] Ya John Locke en 1690 lo explicó de una manera elegante: “Cuando digo ‘Estado’ siempre debe entenderse que me refiero no ya a una democracia o a cualquier otra forma de gobierno, sino a cualquier comunidad independiente; a lo que los latinos llamaban civitas, y que en nuestra lengua se denomina con la palabra ‘Estado’, que expresa ese tipo de sociedad de hombres  de manera más adecuada que ‘comunidad’ y, menos aún ‘ciudad’. Por lo tanto, para evitar las ambigüedades, pido licencia para usar la palabra ‘Estado’ en ese sentido”. (“Segundo ensayo sobre el gobierno civil”).
[4] Albert Einstein, ¿Por qué  Socialismo?, Texto escrito en Nueva York, mayo de 1949. Citado en: “Ecuador y América Latina El Socialismo del siglo XXI”, Rafael Correa Delgado y otros, Nina Comunicaciones, nov. 2007, p.11-12.

No hay comentarios:

Publicar un comentario