Los ecuatorianos hemos diseñado históricamente veinte caminos
constitucionales de convivencia y desarrollo. Mientras otro país ha ejecutado
un solo camino constitucional de desarrollo. ¿En dónde se encuentran las
diferencias.
A la pregunta de ¿por qué son tan escasas las
cartas constitucionales de larga vida y tan numerosas las de corta duración?
existen dos respuestas, la primera que la causa está en nosotros los
ciudadanos, y la segunda, que el problema está en el texto constitucional, que
no es considerado un valor supremo de su identidad nacional.
Aparentemente deberíamos coincidir con el ex
presidente de la república Osvaldo Hurtado Larrea (1981-1984) que los problemas
de la democracia ecuatoriana no se deben a normas constitucionales
supuestamente inadecuadas sino la forma en que los ciudadanos encaran sus
responsabilidades cívicas o desempeñan funciones públicas; lo que Jellinek
denominaba el carácter de un pueblo, las relaciones del vivir de los hombres. Para Hurtado, en el Ecuador no existe el
imperio de la ley, base en la que se sustentan las democracias exitosas de
Europa, Asia y América; de la misma manera que en calles y carreteras peatones
y conductores de todas las clases sociales ignoran la Ley de Tránsito, el
presidente de la república, los congresistas, y los Tribunales Constitucionales
y Supremo Electoral, han violado la penúltima Constitución en numerosas
ocasiones desde que fue expedida en 1998. Y en sociedades en las que la
legalidad es rebasada cotidianamente, no es posible que las instituciones
democráticas operen correctamente y los conflictos políticos se resuelvan
jurídicamente como sucede en países respetuosos del Estado de derecho; en su
lugar actúan el poder y la fuerza y terminan imponiéndose los hechos
consumados. (Véase, diario Hoy, 7 de junio de 2007, p. 6A). En lo que concuerda el
jurista Julio César Trujillo, ex diputado y ex candidato presidencial: “Tenemos
instituciones políticas que requieren cualidades que no las tenemos e incluso
algunas ni siquiera las apreciamos, por consiguiente, mal podemos tenerlas”
(diario El Comercio, Quito, 8 de agosto de 2009, p. 2 especial).
Lo que el Estado ha expresado en su historia
republicana es una visión corporativista de la sociedad, donde las leyes se han
dictado para favorecer a una oligarquía rapaz e incompetente y a estamentos
sociales en lugar de todos los ciudadanos, habiéndose comportado este remedo de
democracia cual real dictadura. Traiciones,
golpes de Estado, limitada visión de futuro, planeamiento a corto plazo, crisis
de gobernabilidad, discriminación de la mujer en la vida pública, violación de
la Constitución e inseguridad jurídica, constituyen el signo político
ecuatoriano. En opinión de analistas extranjeros, el sistema político del país no
ha sido capaz de transformar la riqueza de los recursos naturales en acciones
que beneficien a las clases sociales más necesitadas. Porque el Ecuador, en
nuestro criterio, poseedor de enormes riquezas materiales, no puede ser
considerado un país pobre, pero sí un país empobrecido.
Esta inestabilidad de la vigencia de las
cartas constitucionales y de las instituciones políticas, ha estado acompañada
de una persistente estabilidad del sistema social y económico. La ilusión de
cambio vendida continuamente al pueblo ha permitido a las clases dominantes
mantener inalterada la estructura económica. Su gobierno (con escasos períodos
democráticos) hasta finales del siglo XX ha sido “gobierno de los pocos, por
los pocos y para los pocos”. El poder político refleja los intereses económicos
de una clase. Por eso un clásico social expresó que la política es la opinión
concentrada de la economía, esto es que por medio de la política se controla la
estructura de una sociedad. Por eso la gobernabilidad implica una construcción
diaria y permanente de una verdadera democracia social y la realización del
Estado constitucional de derecho.
Tal crisis social e institucional refleja a
más de inestabilidad política y económica, una debilidad educacional popular
que se traduce en un desconocimiento de la mayoría de la población respecto a
sus derechos civiles y libertades individuales reflejadas en la Constitución política del país. Se ha
enseñado al pueblo las técnicas de la vida material, pero los esfuerzos por
educarlo han sido pobres, y no se ha elevado su limitada cultura cívica. Por
ello aunque se dirá que pese a la inestabilidad política y social se puede percibir
una recurrente búsqueda de la democracia, “que la masa avanza” en palabras de
Hegel, no es menos cierto reconocer una
debilidad de las organizaciones políticas que se declaran defensoras de los
intereses populares y que no han podido representar el real contrapeso a las
clases dominantes. Y para ello se debe volver hacia lo ético desde la condición
más íntima de uno mismo, comenzar por abandonar la cultura de la queja y
plantearse un proyecto social de confianza y optimismo en el futuro con respeto
colectivo de la ley y su expresión máxima: La Constitución.
En suma, podríamos decir que existe una
falencia en el pueblo respecto al conocimiento de derechos y obligaciones del
constitucionalismo expresado en un conjunto de tendencias, estudios, ideas y
teorías que destacan el fundamental papel que desempeñan las Constituciones en
la vida política de los Estados. Es lo que pretende en el siglo XXI aplicar y
cumplir la vigésima y última Constitución ecuatoriana aprobada por el pueblo soberano
mediante referéndum el 28 de septiembre de 2008 y publicada en el Registro Oficial N.
449 el 20 de octubre del mismo año. La realidad concreta lo dirá.
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